8 dic 2009

Beatos cuneiformes

A los sacristanes -tal vez por esa dignidad eclesiástica que supone la guardia y custodia de ornamentos, vestiduras y libros sagrados- les gusta mucho beber cerveza Águila. Cruzan la plaza naturales y raudos, dominando ese trayecto cotidiano y familiar, como de pasillo que roba luz en los inmuebles subvencionados por los patronatos o las cooperativas de calzado. La prefieren de grifo, claro, para rozar la espuma caprichosa, y en ese vaso corto en el que sabe tan bien el café con leche del Norte -gusto que comparten por igual las ancianas de abolengo desalfabetizado y las merecitres noveles, que las de longeva trayectoria se apuntan a la leche manchada en trago largo, con cuchara de bar, para tomar con la aspirina antes del regreso a casa-.

Los sacristanes miran de reojo la sepia en salsa verde, el bacalao con pimientos, incluso el queso en aceite, pero aguardan el detalle de acompañar la caña con almendras fritas y cacahuetes en sal gorda. Transitar cinco o seis veces desde la basílica al bar o del cepillo a la barra les hacen merecedores de ese trato de confianza que tienen los camareros para con los asiduos o los enfermos de trastorno bipolar, un nexo conversacional imposible en los parques o en las colas de Hacienda.

Los sacristánes son ese tipo de beato cuneiforme en el que se orinan los obispos, es por eso que huelen siempre a mistela de la Marina Alta en lugar de a cerveza Águila.

3 comentarios:

Mar Benegas dijo...

a mi el tufo que me llega si me acerco a uno de ellos es otro, pero igual es cuestión de mi pituitaria; siempre tuvo un imaginario desbordado...

gracias por pasarte, el domingo te veré en acción, me han dicho que no tiene despedicio...

besos

Jose Ramón Alarcón San Martino dijo...

Dime, a qué te huelen estos hombres? A líquido de olivas rancio? A gabardina vieja? A salfumán?

Espero que te agrade o te excite lo del domingo. Al final he metamorfoseado el perfil del personaje con extraordinario auxilio de mujer/hombre sobre el escenario.

Mar Benegas dijo...

cosas peores, más horribles que el perfume que tú mentas, tan peores que no puedo decirlas en voz alta sin que se muera una vieja después de santiguarse, y luego la conciencia no me deja dormir.

bueno ya te diré si me agradó o si me excitó, aunque difícil será decidirme.